domingo, 7 de marzo de 2010

Prejuicios


La gente fluye. Bajo el mismo paradigma que construyó un grupo de gente mayoría, que no siempre es gente.
Camina y discute con cada transeúnte que se atraviesa en el camino, en el ámbito de lograr una unión posible. Discute sobre la necesidad de unirse. Se segregan.
La gente, no sé bien qué es. Y a veces no quiero saberlo. Son muchas vorágines en simbiosis que procrean enfermedades sociales para ofrecer la fórmula perfecta a un precio carísimo.
Le temo a la gente porque tiene el poder de desequilibrarme, el poder de que la quiera, aún cuando no tengo razones certeras.
Soy gente y eso me condena. Me libera. Me construye tan distinta a lo que soy sin la gente. ¿O sólo soy con la gente?.
No sé bien cuál es la gente o la enemiga de la gente. Ni sé siquiera si son pluridogmáticos y efervescentes. Aún no entendí si la gente es rebelde o dócil, traidora o sincera.
¿Existe un grupo de seres humanos que juntos sean gente? O, ¿no son acaso más individuos los seres cuanto más se juntan?
No importa si la gente es gente, en definitiva. Más vale importa que la gente deje de ser gente cuando el corazón mande y la razón disponga.
No me vengas con el verso de que “la gente no…”. ¿Acaso -ser supremo, perfecto y omnipresente- no sos gente cuando me pedís un beso y mirás con recelo que la calle esté desértica?.