No es el día que se pronuncian tus dolores, ni el vil misterio que yace bajo tu pestañas adormecidas. Sabes muy bien que no voy a adornarte con flores, ni llegar a tu puerta como si fuera otro día.
Porque te recuerdo esbelta cada día del año, débil y fuerte bajo la misma vereda, esperando que paulatinamente pasen los años y ser protagonista, sin saber siquiera cual de todos tus destinos es más certero.
Por la suavidad con la que dices te quiero, por no atreverte a desnudar más el alma, por cada vez que te he visto de lejos, enamorándote de las cosas simples, pintándole a los muros alas.
Porque crees que es posible modificar el mundo con una improvisada danza, en la que tiendes tu mano y finges que el ritmo está en nuestras almas.
Porque no eres más ni menos que el hombre, que te venera como piedra preciosa, como viento de montañas. Te arrima su fortaleza y vos, vos que sabés muy bien la diferencia, buscas una tregua para salir triunfante.
Porque no hay espacio ni tiempo, cuando pasas presumida cantando nada. Y a las aves que estaban dormidas las despiertas sin darte cuenta siquiera las fenómenos que se describen bajo tu mirada.
No entiendes que la belleza te favorece cada vez que pronuncias una palabra. Dicen que es por tu diseño ajustado que el firmamento se cuela entre las aguas.
Debe ser que la sonrisa de una mujer “me delata” y, entonces, sólo entonces, puedo comprender el por qué de tu tristeza. Debe ser que me he hecho servidora de la poesía para poder descifrarte y descifrarme.
Cuántas veces la vida, nos llevó por encrucijadas, nos quitó al ser amado, nos desnudó de un soplo el alma. Cuántas mañanas amanecimos sin risa y le pintamos un rostro a la almohada, para llorar una caricia que se quedó congelada.
Porque sé que eres mujer de célula a célula, que busca desafiar al mundo en una velada. Y te acuerdas de los momentos que hemos compartido, sin dejar que el silencio se apagara.
Y debe ser por todas esas cosas y las que olvido por no lastimar mis entrañas que aunque pase el tiempo y en algunos casos te halles a la distancia, en otros me digas hija o te encuentres bajo la tierra, inmaculada, que todas las cosas que toco se parecen a tu nombre. El mismo nombre que me revivió y aniquiló una mañana.
No es tu día, mujer, déjame aclararte. O en todo caso son todos tu días los que veo a diario. No necesitan diferenciarte del hombre que se empalaga ante tu imagen, déjame sorprenderte si te digo que cuanto más intentas buscarle razón a tu existencia, más te le pareces…
Es por tu naturaleza marcada a fuego y sangre que el instinto femenino me insta a encontrarte detrás de cada esquina inspirando alguna musa, que por ser diurna, nocturna y estandarte, no se escapa de mi rutina la sonrisa, sutil forma de decirle al corazón cuánto para mi vales…
Y si quieres más palabras improvisadas y desordenadas, como cuando hablamos frente al espejo que devuelve aquella imagen, puedo rematar con un silencio, un silencio eterno y tácito. El mismo silencio que el oído ajeno pronuncia cada vez que te llegas hasta mi puerta para pintar mi cuarto de acuarelas y esparcir sonetos ocultos de un artista plástico.
Son tus manos las mismas que me acunaron las noches de desvelo, que me bajaron la fiebre y me enseñaron el canto. Son tus ojos los mismos que vi el primer día y quedé para siempre esperando, esperando…
Y cada vez que te paras frente a mi desconcierto, reflejo de mi parte anhelada, es que entiendo por qué la luna, la música, las flores, las estrellas, las olas, las montañas, las pinturas, las artes, las miradas, las caricias, las sonrisas, las palabras, la suerte, la fortuna, la mañana, la tarde, la noche y la eternidad toda, llevan artículo de mujer.