(a Roberto Quartiani)
Con soldaditos de plomo libró su batalla
Muerto el capitalismo, viva la vanguardia,
Soñoliento y delirante, de huelga en huelga,
Conversó con Tarzán y planeó revoluciones.
Los tupamaros los recuerdan altivo y con gloria
Cuando en un árbol de navidad trasportó un fúsil
Los milicos afuera lo desnudaron y temblando
comentó que las fiestas para él se adelantaron.
En Trenque Lauquen se rebeló contra el mundo
entre ayuno y huelga se le pasó la vida
24 de marzos en la plaza lo esperaban
y Roberto lloraba aún, por la derrota.
Cada anzuelo introducido en la laguna,
Fueron para el viejo una hazaña conjetura
Comía las carpas que se rendían bajo su sombra
en el parque municipal, como paraíso indígena.
Roberto sabía que tejía esperanzas,
al decirle a los niños que la revolución se acercaba
y largas peregrinaciones descalzo emprendía,
para regalarle a la vida más sufrimiento.
Tenía la mirada perdida y la nariz complicada
En la columna unos fierros y en el alma una espina
Contaba más chistes que Landrisina
y soñaba con un Perón socialista.
Roberto se enamoró del opuesto, doña Imelda,
y le llenó el jardín de rosas; la obligó a reírse
aquellas tardes que le cambió té por mate
y confesaba envenenarla a cuentagotas.
Su alma gemela falleció en la lucha
y él que poco sabía de ser imparcial a la derrota
Prefirió quitarse la vida a amanecer sin su doña
prefirió morir de pie bajo un árbol que vivir sin su alondra.
Una parte de la historia...
Hace 15 años