lunes, 12 de octubre de 2009

La mujer redonda...

Similitudes más causales que casuales

Era un súper clásico, la camiseta sudada de tanto correr. La había visto pasearse tantas veces, bailando en la cintura de otros hombres, y padeciendo decenas de infracciones por transgredir las reglas. Éste podía ser el partido de la vida, ganarse la confianza y vivir para ella, invitarla a bailar, gambetearla cuando fuera necesario y arrinconarla en la línea cuando un indiscreto enemigo quisiera robarla. Quien no se enamoraba de esas curvas, prefería tal vez un tablero de ajedrez, donde la razón gana el encuentro. Aquí todo se desenlazaba en el barro, con la pasión de conquistarla en espacio y tiempo. Cada vez que el 9 la rozaba, los amigos alentaban: “es tuya”… “vos podés”. Se alzaban las voces al ver al muchacho fortachón en la fragilidad total por ella, en su búsqueda, en su rescate. Parecía dejar la vida en cada movimiento, y aunque utilizó “táctica y estrategia” mil veces para adueñársela, ella pertenecía al aire y a la tierra, al viento y sus matices. Los principios establecidos permitieron la jugada, estaba su belleza en el lugar indicado, la barrera era imaginaria y sólo obstaculizaba la vista. Por detrás permanecía el destino, a donde se pretendía llegar, a donde debía ubicarla, para después besarla y llevarla del brazo hasta el círculo que demarca el principio, y otra vez a empezar de nuevo. No bastaba una conquista, eran miles o ninguna, no había que dormirse, porque algún indiscreto rayado venía a pretender lo mismo del otro lado y ahí sí: la roja directa. Y cuándo llega ése momento se baja la cabeza, se protesta, se rehúsa… pero ella ya está fuera del alcance. Y va a desvestirse delante de otros y tal vez a burlarse de ésa mala conducta. Pero hay quienes cuentan que cuando el 9 está fuera de juego, ya no se desviste más, y la tribuna se silencia y las leyes morales ya no existen. Porque sus curvas sólo se mueven por inercia y hasta a veces da la sensación de que se vuelve cuadrada. Y desde el banco el 9 la mira, sabiendo que no debe abusar de tanta adrenalina, porque ella es mujer. Y a las mujeres suelen gustarles las picardías, pero no las de carácter inadmisible que dejan al favorito fuera de juego. Y él no resiste tanta humillación de verla pasearse entre otros músculos mejor formados y menos imprecisos. Levanta la vista y sus amigos la siguen a ella… dejan de pensar en dos como antes. Él ya no pertenece a ese cuadro escénico. Es un espectador y no lo soporta, por lo que termina levantándose, se quita la remera, la tira a un lado y desaparece bajo tierra. Es momento de quitarse los residuos que ella le dejó y esperar una nueva oportunidad, en otro tiempo y espacio. Donde haya otros amigos y donde esté tan bella como hoy. “Lo voy a esperar afuera”- se maquina mientras se enfría de la manera que nunca pensó. Y entonces es cuando escucha a la tribuna venirse abajo, el mismo tipo a quien espera, se lució. Y en ese momento ya no piensa en otra cosa que llegar a su casa, y ver a la mujer que lo va a mirar con el mismo orgullo de siempre y para quien no es un número, ni un tiempo, ni un espacio, es eternamente su hijo.